La realidad derriba a Maragall
Con el abandono de Maragall la transición pierde una pieza importante de la transición en Catalunya y en España. Se van visiones, posibilidades y realidades. La tesis central del todavía presidente de la Generalitat es que Catalunya no puede ser una excepción española. Es demasiado grande. España espera de Catalunya un lenguaje distinto al que ha oído en los últimos siglos.
“Escucha España, la voz de un hijo que te habla en lengua no castellana; hablo en la lengua que me ha legado la tierra áspera; en esta lengua pocos te han hablaron; en la otra, demasiado”, escribía el poeta Joan Maragall.
No escucharon a su abuelo ni tampoco a su nieto. Hay que aportar una solución española desde Catalunya, me decía Pasqual Maragall en verano de 1999, a la que hay que escuchar no respecto a lo que ella piensa de sí misma, sino respecto a lo que piensa de España y de Europa.
Maragall es un entusiasta y un visionario que ha querido poner en circulación por el mundo nuestras ideas, nuestras personas y nuestra forma de ser. Su federalismo lo define por vía negativa. No es ni nacionalismo catalán ni españolismo rancio. Es la plasmación de la variedad y pluralidad de España. Catalunya no puede ser un lugar de protesta y reivindicación constantes, un país en el que sólo se mira hacia Madrid con el extraño objetivo de olvidarlo y borrarlo del mapa. Tenemos que ser un laboratorio de España y de Europa.
Maragall iba por la vida con las manos en los bolsillos, vacíos y agujereados, pero con la cabeza llena de ideas. Tropezó con la realidad y la realidad le derribó. Consiguió provocar la alternancia en Catalunya cuando ya nadie creía en ella y abanderó un proyecto catalanista, transversal, aprovechando que en Madrid gobernaban los socialistas.
Le falló su socio principal, Esquerra Republicana, que hizo posible el tripartito. Y le fallaron sobre todo sus camaradas socialistas que aprovecharon las ideas de Maragall para hacérselas suyas, limadas, retocadas, casi desfiguradas.
Maragall no ha arrojado la toalla por Esquerra. Ni tampoco por sus correligionarios socialistas catalanes. Ha sido descabalgado por Zapatero que puso su cabeza en la bandeja que le presentó Artur Mas que se prestó a ser un aliado de fiar del gobierno del PSOE.
Los errores de su gestión al frente de la Generalitat han sido grandes, propios de una persona que se mueve en el terreno de las ideas pero que no presta atención en los detalles, en las cosas que preocupan a la sociedad, en las gentes que le rodean y que le han querido influir en demasía.
El tripartito ha fracasado. Ni siquiera uno de los principales impulsores de su texto, ERC, se ha sumado al Sí en el referéndum. El día que echó a los republicanos del gobierno se acababa el tripartito y también se ponía en peligro la figura del president que finalmente se despedido con elegancia y generosidad, sin echar en cara nada a nadie.
Maragall tiene larga vida. Se convertirá en un Jordi Pujol con diez años menos, con su propio estilo y pensamiento bien distinto. Pero su carrera política se ha truncado. Pensaba que Catalunya era la alcaldía de Barcelona y se encontró con un país complejo, difícil, que ha tenido la ambición de transformar España y, como viene siendo habitual, ha sido España la que ha puesto firmes a Catalunya.
El futuro hay que inventarlo. Con nuevos personajes y con nuevos discursos. La transición ha terminado en Catalunya y en España. Pero el problema de encaje, de entendimiento, de complicidad, de estas dos realidades persiste. Podemos seguir con la conllevancia orteguiana. ¿Será posible?
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