La lliçó de Frankfurt

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Són tants els comentaris que he pogut escoltar i llegir sobre allò que ha passat a Frankfurt, són tantes les fòbies, les fílies, les enveges i els amors apassionats que he vist que la nostra presència a la Fira del Llibre representava, que voldria subscriure el que ahir deia un editorial de La Vanguardia, que transcric seguidament. Només m’agradaria que l’editorialista hagués estat una mica més generós i, allà on diu Catalunya, hagués fet també alguna referència als altres dominis territorials de la llengua catalana, perquè això de la llengua sense estat (un dels grans handicaps de la nostra) no només afecta als catalans de Catalunya, sinó també (i amb un problema afegit) als parlants i escriptors en llengua catalana de les Balears i de València, que, només que ens despistem una mica, podem acabar esdevenint una sots-classe. Tanmateix aquest cop –i gràcies a l’Institut d’Estudis Baleàrics- això no ha succeït.

La lección de Frankfurt

CUANDO la Feria del Libro de Frankfurt cierra sus puertas es hora de hacer balance de la presencia de la literatura catalana como invitada de honor a la presente edición del mayor y más importante encuentro mundial dedicado a la edición. Desde la jornada inaugural, con un memorable discurso de Quim Monzó, hasta los actos de clausura, con un colofón de alto nivel a cargo de Baltasar Porcel, las letras catalanas han sido protagonistas, como antes lo fueron otras culturas literarias. Ello implica que los autores catalanes son ahora un poco más conocidos dentro del enorme magma de títulos que conforma lo que podríamos llamar la nueva literatura global, en la cual las lenguas minoritarias siempre deben buscar el puente de las traducciones.

La misión cultural catalana ha culminado con éxito. Esto debe ser subrayado, sin caer en exageraciones ni derrotismos, y sin ceder al ruido mediático de quienes tratan de levantar falsas polémicas con fines descaradamente partidistas. Las instituciones catalanas, a través del Institut Ramon Llull, han sabido estar a la altura. Un proyecto de este calado, que empezó la Administración presidida por Jordi Pujol, que continuó preparándose durante el mandato de Pasqual Maragall y que ha sido bien ejecutado bajo la presidencia de José Montilla, es un triunfo de todos. Es justo consignar esta múltiple contribución, dentro de un consenso imprescindible a la hora de proyectar Catalunya al exterior.

Que las letras catalanas hayan sido invitadas de honor al mayor mercado editorial del planeta es un hito indiscutible, pero no debe confundirse con una varita mágica que cambie la realidad de las cosas. Lo importante es el trabajo diario que desarrollan escritores, agentes literarios y editores, con el concurso de los organismos públicos correspondientes.

La experiencia de Frankfurt ha servido para tres cosas, como mínimo. En primer lugar, ha divulgado la realidad de una cultura de primer orden que no siempre tiene la suficiente visibilidad por razones de orden geopolítico y demográfico. En segundo lugar, ha dado un empujón a la penetración de los autores catalanes en el gran circuito de las traducciones, algo que complementa la labor de los editores. Y en tercer lugar, ha servido para devolver un poco la autoestima colectiva a Catalunya, en un momento en el que algunos problemas y actitudes han producido un malestar y un desánimo muy amplios entre la ciudadanía. En esto, los catalanes no somos nada extraños: todos los países necesitan ocasiones para recuperar la confianza en sí mismos y para comprobar que pueden hablar de tú a tú, sin complejos, con el resto del mundo. Recordar y recordarnos que la literatura en catalán forma parte de la cuna de la gran cultura europea es algo que cobra un nuevo sentido en un mundo regido por la comunicación global. La lección de Frankfurt deberá ser tenida en cuenta. Catalunya puede y debe afirmarse en positivo, sin necesidad de ir contra nadie, con la excelencia y el diálogo como bandera. Éste es el camino.