La victòria de Correa a l'Equador

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Alguns lectors d’aquest blog em recriminen que últimament hi escrigui poc. Tenen raó, però no sempre és possible fer allò que a hom li agradaria, i aquest n’és el cas. Un excés de compromisos (i no precisament socials) m’obliguen a tancar una sèrie de treballs que tenen prioritat en el meu esquema de vida i això fa que relegui aquest quadern a un segon pla.

Avui, però, duré aquí un article que m’ha enviat des de l’Equador Antoni Carreras. Ell viu allà i segueix de prop –no podria ser d’altra manera- els esdeveniments polítics d’aquell país que, durant els darrers anys, venen marcats per l’aparició de la figura política del president Rafael Correa, que acaba de ser reelegit per majoria absoluta en primera votació.

Tot i que jo coneixia la seva formació, l’èxit electoral de Correa, així com algun dels seus comportaments, em van preocupar. Vaig témer molt que estiguéssim davant d’un nou líder populista que arrambés amb les institucions democràtiques del país (per cert, ¿era democràtic el sistema abans de Correa? Eren democràtics els partits i les oligarquies que ell contribuí a enfonsar?). He de dir que la meva por (i, en general, la por d’Occident) davant el futur polític de l’Equador no s’ha eclipsat del tot, però és clar que no podem jutjar Correa sense tenir en compte la “realitat” política, social i econòmica d’aquell país.

És probable, doncs, que no sigui encertada una visió “objectiva” feta des d’Occident si d’alguna manera no aprofundim en el perquè de tot plegat.

Dic això perquè des d’aquí hem pogut llegir articles molt crítics que potser no estiguin del tor encertats. Jo, en aquest punt, em considero una mica fora de joc i sense una opinió prou formada. Per això m’ha semblat molt interessant l’article que m’ha fet conèixer Antoni Carreras i que jo us transcric seguidament perquè el llegiu. L’autor no és un panegirista de Correa i tampoc bescanta els problemes que el seu lideratge fort pot provocar, però també explica el perquè de l’èxit d’aquest polític i el fracàs dels polítics que formaven part d’un sistema periclitat.

L’autor, que és un europeu com Carreras que viu ara a l’Equador (ho dedueixo pel que escriu) intenta, doncs, arribar una mica a l’arrel del problema. Tindrà o no raó, però el seu posicionament és, em sembla, profund i honest. Val la pena de tenir-lo en compte.


Un lider fuerte

Correa y el futuro político de Ecuador

Joseba Segura (27-04-09)

Elecciones sin sorpresa

Parece que hay Correa para rato. Tal y como estaba previsto ha ganado en primera vuelta las elecciones presidenciales del 26 de abril que inauguran un nuevo periodo de la historia ecuatoriana, iniciado con la aprobación de la Constitución de septiembre del 2008. El resultado estaba tan cantado que me he atrevido a escribir la primera frase de este artículo días antes de la cita electoral. La confirmación en las urnas de lo que ya esperábamos consolida la impresión de que Ecuador cuenta con un líder sólido, tras una larga racha de responsables políticos débiles, inconsistentes y de corta proyección.

La nueva Constitución le permitirá volver a presentarse dentro de 4 años para un segundo y último término. Si fuera reelegido, gobernaría de manera ininterrumpida durante 8 años que, unidos a los dos y medio transcurridos desde su primer triunfo, completarían una década de presidencia continuada, algo inédito en la historia del país.

La fortaleza de este Presidente, ¿es buena para Ecuador? Depende de a quién se le pregunte. Hace unos días leía en “El Comercio”, el principal periódico quiteño, a un desesperado comentarista político quejándose amargamente porque, según él, unas elecciones en las que se conoce de antemano al ganador, no son democráticas. En su opinión, Correa iba a lograr un nuevo triunfo porque controla el aparato del Estado y lo pone al servicio de su campaña electoral. Algo de esto puede estar sucediendo pero lo que llama la atención a un observador externo no es un monopolio informativo progubernamental sino más bien lo contrario: el Presidente sigue manteniendo altos índices de popularidad a pesar de tener en contra a la mayoría de los medios de comunicación, a la televisión y a la prensa del país. En Ecuador el “cuarto poder”, por más que lo intenta, no logra pinchar el globo de una “revolución ciudadana” que, a pesar de sus errores y debilidades, sigue contando con el apoyo mayoritario del pueblo.

¿Marketing brillante o bien ganado respaldo popular?

Aunque los medios de comunicación privados estén haciéndole la contra, la aceptación popular de Correa es en parte el resultado de su gran capacidad como comunicador y de una brillante estrategia de marketing político. Cuando algunos hablan de “gobierno en campaña permanente”, no solo se refieren a la concentración de citas electorales que está viviendo el país en los últimos 30 meses, sino a un modo característico y sostenido de presencia pública de Correa y su movimiento Alianza País en el ámbito público: la unidad de la tropa y la tensión del proceso de transformaciones se mantienen y refuerzan mediante una permanente campaña de mensajes patrióticos y de denuncias de distintos “enemigos”: partidocracia, prensa, bancos … El instrumento más importante de esta estrategia es la alocución radial semanal en la que el Presidente habla directamente al pueblo, explicando temas, identificando resistencias y culpables, estableciendo prioridades en el camino. Complementariamente los asesores de imagen del gobierno hacen un uso inteligente de mensajes publicitarios con slogans eficaces que, reiteradamente repetidos, acaban siendo asumidos en la calle. Estos mensajes, a veces de denuncia, a veces patrióticos (“la patria ya es de todos”), recogen y expresan aspiraciones de amplios sectores populares para los cuales el estilo a menudo confrontacional de Correa, lejos de ser un problema, constituye la sal de un proceso de cambio político que hace tan solo 3 años parecía imposible.

Pero la consolidación de la figura de Correa no es solo el resultado de una brillante estrategia de marketing. Para entender lo que está pasando es necesario hacer referencia a lo que había sucedido en el país la década anterior a su llegada al poder. Cuando en enero de 2006 aterricé en Quito, me llamó poderosamente la atención el alto grado de escepticismo político que se expresaba en las conversaciones cotidianas (“no hay nada que hacer”; “esto no tiene remedio”; “la corrupción domina y va a seguir dominando el país”). Este escepticismo era tal que llevaba a la gente a valorar al Congreso, la sede del poder legislativo, como la institución más aborrecida en el país. Los que allí se sentaban, los partidos políticos, no tenían ninguna credibilidad entre el pueblo.

La gente se sentía completamente abandonada por un Estado disfuncional que en lugar de promover la cohesión social, era percibido como cueva de ladrones y escenario del esperpento cotidiano. Al parecer todavía muchos políticos creían que el votante ecuatoriano era tonto o podía ser comprado con una camiseta o unos cuantos dólares. Convencidos de que podían perseguir sus fines sectarios con desvergüenza y sin coste político, los distintos grupos escenificaban conflictos y argumentos a menudo absurdos, dando la puntilla a una imagen ya muy debilitada.

Y en eso llegó Correa. Apareció con una propuesta sorprendente: presentar su candidatura presidencial sin respaldo político de partido alguno y sin llevar lista para el congreso. La apuesta era arriesgada pero el rechazo a “la partidocracia,” por utilizar una expresión común en la retórica presidencial, estaba tan arraigado en los votantes que sucedió lo improbable: de la noche a la mañana, una persona joven y poco conocida, sin apoyos en los sectores políticos tradicionales, logró convertirse en Presidente de la República y en la referencia política más importante del país. El resto ya es historia: el sistema ecuatoriano que otorga importantes poderes al Presidente, unido a la generalizada deslegitimación de las instituciones políticas, permitió a Correa poner en marcha un proceso constitucional y de transformación que, a juzgar por los resultados electorales del 26 de abril, tiene todavía considerable recorrido.

Vuelve el Estado Fuerte

En este camino, el apoyo más sólido al cambio propuesto se lo ha prestado a Correa una clase media urbana muy castigada desde la crisis bancaria de 1998 que, entre otras cosas, generó un éxodo migratorio masivo, especialmente hacia España. El proyecto del Presidente renueva la confianza de estos grupos en un Estado que quiere volver a ser “Estado fuerte”. Se produce así la inversión de una tendencia de varias décadas, calificada por Correa como la “larga noche neoliberal,” en la que el Estado ecuatoriano había abdicado de sus responsabilidades sociales, hasta perder toda credibilidad en la consideración popular. El aumento del gasto público y la expansión de las responsabilidades del Estado generan oportunidades de participación e incluso de trabajo en un sector público que ve ampliada su importancia social y su peso económico en la vida nacional.

Junto a estos sectores de clase media urbana, el movimiento Alianza País también ha ido logrando un considerable apoyo entre las clases populares. En este caso, el respaldo tiene un carácter menos ideológico y es más dependiente de las ayudas económicas que el gobierno ha incrementado significativamente en los últimos 2 años: el “bono solidario” (asignación económica mensual a familias de escasos ingresos), las facilidades para acceder a la propiedad de una vivienda, mejoras en el acceso a la salud y la educación, la muy importante y sostenida subvención en el precio del gas, carburantes y tarifas eléctricas, todos estos factores han contribuido a mantener e incluso mejorar el poder adquisitivo de millones de ecuatorianos acostumbrados a subsistir en economías de supervivencia.

La vuelta del Estado fuerte, como en otros lugares de Latinoamérica, llega en Ecuador de la mano de un líder fuerte. Algunos califican esta tendencia de “vuelta al populismo” una expresión que, en mi opinión y sobre todo a oídos europeos, pretende explicar mucho más de lo que puede y, por ello, confunde tanto como lo que aclara.

Revolución “controlada”

Correa predica y practica un proyecto de “revolución controlada”. Ecuador no está viviendo, como algunos lo presentan en España, una transformación económica y política sectaria, radical y fuertemente ideologizada. Aunque los cambios son significativos, en el nuevo régimen (que así lo llaman por aquí) domina una preocupación económica más bien moderada que podríamos caracterizar así: lograr un desarrollo económico compatible con un cierto grado de redistribución de los bienes. Este objetivo desarrollista es muy importante en la mente del Presidente y se concreta en dos apuestas: por un lado, el apoyo estatal al fortalecimiento de un tejido productivo nacional de empresas familiares, pequeñas y medianas que equilibren el tradicional dominio de “los que se creyeron dueños del país”, básicamente terratenientes, banqueros y grandes empresarios; por otro, el diseño e implementación de un plan de ambiciosas inversiones públicas en infraestructuras y servicios, confiando en que así se logre impulsar el desarrollo presente y futuro del Ecuador. En todo este proceso se trata además de asegurar un bienestar mínimo para las clases populares, fundamentalmente a través de subsidios económicos que, como ya queda dicho, amplían y refuerzan considerablemente la base electoral del Presidente.

Para conseguir estas metas, el gobierno necesita dinero. Y en una economía con un sector industrial y productivo crónicamente débil, esos fondos no van a llegar aumentando los impuestos. Los ingresos del Estado ecuatoriano dependen en buena parte de los que resultan de la gestión de los recursos naturales del país, fundamentalmente el petróleo y la minería. Estos ingresos se ven muy reducidos en un contexto de crisis económica mundial que afecta de manera particular a los precios del petróleo y a las remesas, las dos entradas más importantes de la economía nacional.

Desarrollismo económico

Correa no tiene paciencia con lo que considera “izquierdismo irresponsable” de planteamientos que desde un ecologismo o indigenismo radical, cuestionan esta prioridad de lo económico. En situaciones reacciona temperamentalmente con un estilo no exento de rasgos autoritarios. Por ejemplo el Presidente actuó con inusitada contundencia cuando en la zona petrolera por excelencia, la provincia de Coca, se produce un intento de romper con huelgas y paros, el flujo de la producción petrolera nacional. Inmediatamente ordena detener a la Prefecta y hace intervenir al ejército para que someta con contundencia el conato de revuelta. De manera similar y para no comprometer futuros ingresos por la explotación minera, el Presidente impuso a la mayoría de Alianza País en la Asamblea Constituyente su criterio en la cuestión del “consentimiento previo”. Como resultado la nueva Constitución no reconoce a las comunidades afectadas por las actividades mineras el derecho a paralizar una explotación viable por falta de “consentimiento previo.”

¿Un futuro sin partidos políticos?

La preeminencia de estos objetivos desarrollistas lleva a algunos sectores de izquierda a calificar a Correa como “economista tecnócrata” al frente de un “gobierno de tecnócratas”. Aunque se reconozca que su proyecto tiene un importante componente social, se le acusa de supeditar la profundización de la democracia y el desarrollo de la participación, al logro de objetivos económicos diseñados por un pequeño comité de personas que sabe lo que el país necesita.

Esta crítica, tal vez demasiado simple y sesgada, nos sirve, sin embargo, para introducir lo que a mi juicio es la debilidad mayor del experimento ecuatoriano. El presidente es fuerte pero las instituciones políticas del país siguen siendo muy débiles. Alianza País tiene un proyecto económico tal vez discutible pero claro y, sin embargo, todavía no sabemos cómo piensa avanzar en la reinstitucionalización política que Ecuador necesita. Correa ha logrado marginar del poder a los grupos minoritarios que se creían “los dueños del país”, recuperando la confianza de amplios sectores en el poder ejecutivo y en su capacidad de articular una mayoría social. Dicho de otro modo, ha sido eficaz acabando con lo que no funcionaba. Pero ¿qué es lo que va a ocupar su lugar?

Entiendo que en las circunstancias de muchos países latinoamericanos, solo un liderazgo fuerte y personal puede forzar los cambios necesarios que permitan el surgimiento de una nueva institucionalidad política, capaz de sustituir al caciquismo tradicional. Pero, ¿se puede construir futuro y avances estables únicamente sobre el carisma de un líder fuerte?

Alianza País es un “movimiento social” que no parece tener intención de convertirse en partido político. Tras el descalabro de los partidos tradicionales, lo que queda son opciones electorales formuladas en torno a personas particulares con un mayor o menor tirón electoral. Los proyectos empiezan y terminan con el destino político de esas personas. Incluso Alianza País, hoy tan dominante, es totalmente dependiente de la figura de su líder y no es fácil saber qué futuro puede tener sin él. En el futuro de Ecuador, ¿siguen siendo necesarios los partidos políticos o son una realidad del pasado?

El peligro de la concentración de poder

El problema de fondo es el peligro de un poder sin contrapesos: más allá de lo que diga la nueva constitución y del equilibrio de poderes que en ella se establece, dada la debilidad institucional existente y la extrema fragmentación de la oposición a Correa, existe un peligro real de que el Ejecutivo controle directa o indirectamente al resto de poderes establecidos en la carta magna: el poder judicial, el poder electoral, e incluso un nuevo “poder popular” supuestamente independiente y cuya función es supervisar importantes aparatos pero que corre el riesgo de ser cooptado por el Estado, convirtiéndose así en instrumento que, en vez de controlar al Ejecutivo, refuerza su dominio. Si a esta situación le añadimos una mayoría en la Asamblea Nacional (el nuevo nombre del poder legislativo que sustituye al anterior Congreso), el dominio de la Presidencia puede ser prácticamente total. En estas circunstancias se garantiza indudablemente una eficaz implementación de las políticas gubernamentales pero también se generan legítimas preocupación en algunos sectores sociales.

Mirando a mi alrededor no puedo dejar de constatar otra cosa: mis preocupaciones, tan razonables en una mentalidad política europea, dejan fríos a la mayoría de los ecuatorianos. ¿Se trata de falta de formación, de escasa capacidad de análisis político, de irracional tendencia a buscar y seguir ciegamente al “líder populista”? ¿No será más bien que, visto lo visto, la gente de este país pone el equilibrio de poderes en un segundo plano porque lo que necesita es un gobernante decente, con autoridad suficiente para poder orden en un Estado disfuncional, y con un proyecto discutible pero razonable para mantener cierto grado de cohesión social y mejorar las condiciones económicas de la mayoría?

En Ecuador está sucediendo algo, tal vez poco ortodoxo en los manuales políticos pero que ahí está: se está constituyendo una alianza entre el Ejecutivo y una mayoría social que se da por satisfecha con contar con un líder que claramente no está ahí para robar, que sabe dónde quiere ir y que actúa con cierta coherencia, y que, aunque se equivoque, entiende la función pública como servicio a la ciudadanía. En la experiencia reciente de muchos ecuatorianos, el teóricamente esencial “equilibrio de poderes” es perfectamente compatible con un Estado en bancarrota moral y paralizado, donde los gobernantes pueden saquear al pueblo sin que este pueda defenderse. Esa es la historia reciente de la que sale el país y a la que la gente no quiere volver.

Ecuador, caminando en la dirección del continente

Ecuador es un país pequeño y los cambios que está viviendo no tendrían mayor relevancia si no se produjeran en el contexto de lo que ya son tendencias definidas en la orientación del continente latinoamericano. Destacaría particularmente dos. Por un lado los grupos minoritarios que han controlado sin mayor oposición durante décadas los aparatos políticos en sus países, progresivamente están perdiendo ese control. En algunos casos, como por ejemplo Brasil, Chile y Argentina, esos grupos han aprendido a compartir el poder con nuevos sectores emergentes. En otros casos se han resistido todo lo posible hasta que se han visto desplazados por la fuerza de una marea de cambio que arrastra y desconcierta a los que se oponen a ella: Bolivia, Paraguay, Venezuela, Ecuador, El Salvador, Nicaragua… Solo Colombia y, en menor grado, Perú parecen resistir esta tendencia. Pero tampoco en esos países se ha dicho la última palabra.

En segundo lugar, más allá de la gran diversidad de propuestas políticas y económicas existentes hoy en Latinoamérica, por primera vez en su historia el continente busca y hasta logra articular una voz propia y autónoma en el mundo. El tradicional “patio trasero” de los EEUU, dinamizado por la firme voluntad de autonomía de algunos líderes con fuerte conciencia nacional y latinoamericana, y legitimado internacionalmente por el peso económico del gigante emergente que es Brasil, avanza con contradicciones pero con gran convicción hacia su mayoría de edad. Ha decidido que quiere y que puede convertirse en protagonista, en agente activo del nuevo mundo global, abandonando definitivamente el asiento trasero y poniéndose a conducir su propio destino.

En este contexto latinoamericano, la experiencia ecuatoriana resulta significativa más allá del ámbito nacional. También aquí la vitalidad temperamental de Correa, su empuje ideológico, la novedad de algunas de sus propuestas en materia de Deuda Externa y de Medio Ambiente, hasta su físico, todo contribuye a dar al Ecuador una proyección internacional desconocida hasta ahora y, en todo caso, superior a la que justificaría su peso relativo. La proyección del Presidente, novedosa experiencia para los ecuatorianos, refuerza la identificación con su líder y les ayuda a superar cierto complejo de patitos feos y hermanitos pobres, con escasa o nula proyección internacional, a la que ya se habían resignado.

Correa va con “el viento de la historia” y, a poco que se le escuche, suena como quien sopla con convicción en la dirección correcta. Muchas venas siguen todavía abiertas en Latinoamérica pero la posibilidad de sanarlas y de hacerlo desde dentro, sin esperar ayudas externas, se percibe por primera vez como un objetivo posible. Este nuevo horizonte motiva el compromiso y renueva la esperanza de millones de ciudadanas y ciudadanos en todo el continente.


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